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LA ADOLESCENCIA
Apenas existían relojes. Aquella mañana hacia un sol espléndido. La sombra marcaba la hora. Mi adolescencia y curiosidad, se asomó a la ventana. La primera vez que creí verla en esas circunstancias en lo alto de la cama. La débil luz que iluminaba su estancia daba la sensación que se encontraba dormida. Sus cabellos largos, morenos acariciaban su cara. Su figura imaginativa me atormentaba, mi corazón latía desmesuradamente, difícilmente podía respirar. Por primera vez, mis ojos no creían lo que contemplaba. Una bella imagen que anteriormente admiré, y que escasamente una sábana blanca la cubría, la ventana de pronto se cerró. Continúo mi camino, como cada mañana, al colegio de la estación Renfe distante de la ventana 1´500 Km aproximadamente. El reloj del andén marcaba las 12,30h. Durante ese recorrido la emoción y alegría me invadía. Esos momentos de felicidad, los tenía presente durante la clase. Terminada esta, rápidamente para mi casa, encontré al paso la ventana, y su situación seguía cerrada. En esos momentos suena el reloj de la catedral dando las tres campanadas. Instante en el que se abre su puerta y, fue tan grande ver el Sol radiante que yo esperaba, que no sabía decir palabra. Nos miramos fijamente dándonos un ¡ hola ! y su sonrisa se me quedó clavada. Trascurrieron muchos años. Nuestros destinos y profesiones nos separan, cuando en una alegre velada en la fiesta del Santo Patrón, coincidimos en la plaza, y a partir de entonces la amistad perdura y nos encanta.
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